miércoles, 9 de marzo de 2011

El timón


     ¿Cuál es el lugar del conocimiento en la vida cristiana? ¿Cómo podemos evitar aquella clase de conocimiento que deriva en orgullo y muerte espiritual, sin a la vez caer en el oscurantismo de una fe sin fundamentos? Uno de los textos de las Escrituras que más me ha ayudado a percibir el lugar correcto del conocimiento en nuestras vidas es la oración del apóstol Pablo por sus hermanos en Filipenses 1.9. El texto nos dice:

“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento pleno y discernimiento agudo, para que aprobéis las cosas más excelentes” (traducción del autor)


     Si leemos el versículo 11, veremos que la oración del apóstol es para que sus hermanos sean llenos de frutos de justicia, frutos que expresen la hermosura del carácter santo de Dios. Lo que apreciamos aquí en el versículo 9, es que los frutos de justicia son aquellas obras más excelentes, que nacen del amor, y son discernidas por el conocimiento de la Palabra. Y es en este contexto, en el contexto de la abundancia de los frutos de justicia, en el que apreciamos el lugar adecuado del conocimiento en la vida del cristiano. 


Utilizando una sencilla alegoría, podríamos decir lo siguiente:


“El amor de Jesucristo es, en el corazón del cristiano, como el viento que sopla en la vela de su barco. El conocimiento de la Palabra es como el timón que dirige la nave en el discernimiento del camino más excelente, el camino que debe seguir en busca de los inestimables frutos de justicia.”


     Por lo tanto, cuando el conocimiento de las Escrituras viene a encauzar el amor – aquel amor que es fuerza motora de toda buena obra, y que ha sido derramado por el Espíritu Santo en nuestros corazones – a abundar en la elección de aquellas cosas que son de mayor excelencia, aquellas que reflejan con más pureza la belleza de Jesucristo, avanzamos a buen puerto. Toda clase de conocimiento que no obre dentro de esta realidad, ha de ser vano y finalmente perjudicial. De igual manera, un fuerte y genuino celo por Dios, carente de un verdadero conocimiento de su Palabra, puede llevar el barco a la deriva en medio a un turbulento mar, distante del camino más excelente.    

Texto basado en la serie de sermones sobre Filipenses en la iglesia “Luz a las naciones”. Sermón predicado el 23 de enero del 2011

sábado, 1 de enero de 2011

Meditaciones sobre: "He aquí, yo y los hijos que Dios me dio"

     Jamás entenderá la magnitud de la gloria de la salvación que se nos ha dado en la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo, aquel que no conozca la profunda dimensión de nuestra unión con Cristo. La obra de Jesucristo nos ha dado completa y perfecta salvación, en función de haber sido unidos por el Padre en el Hijo - eso es, escogidos en Él - antes de la fundación del mundo (1 Corintios 1.30; Efesios 1.3). El Padre le ha dado un pueblo al Hijo (Juan 17.6), y ese pueblo es eficaz y plenamente salvo en el Hijo (Romanos 8.29-30) . Jesucristo es nuestra justificación, santificación y redención ¡Gloria a Dios por tan grande salvación! Corramos pues en la fe de aquel que nos amó y nos vistió de su salvación.