martes, 7 de diciembre de 2010

Al sentir el fuerte viento - Mateo 14.22-33

     No es de asombrar que aquel que es autor y gobernador de las leyes de la naturaleza ejerza dominio sobre ellas, y pueda a su bien parecer andar sobre las mismas. Jesús les estaba enseñado a sus discípulos que las fuerzas inanimadas de la naturaleza están regidas por la palabra de su poder. Nuestro Señor no estaba solamente dando un espectáculo de su grandeza - aunque no hacía menos que eso - sino enseñándonos su gobierno sobre las leyes naturales. Nuestro Dios es soberano sobre los cielos, las montañas, las flores y los saltamontes.

     Jesús llamó a Pedro a vivir en la fe de aquel que es Señor sobre todas las cosas. El ven de nuestro Señor no era otra cosa que un llamado a vivir en el poder de su señorío, en la viva realidad de su gobierno. Dos cosas regían a Pedro en su andar sobre las aguas. La primera de ellas es la Palabra del Señor, el cual dijo ven. Pedro confió en que la realidad última es la Palabra misma de Dios, y no las fuerzas de la naturaleza. Él pasó a vivir confiado en el firme fundamento de aquella Palabra por la que todas las cosas fueron creadas, subsisten, y glorifican al Padre. La segunda verdad que sostuvo a Pedro fue Jesucristo mismo puesto delante de Él. Sus ojos fijos en el Señor, que se presentaba como el lugar verdadero de toda firme esperanza, era la fuerza motora para dar cada paso aquella noche oscura en el mar de Galilea.

     Pero, ¿cómo entender el temor, que cual monstruo marino, empujaba a este hombre a las profundidades del mar? La Escritura nos dice que Pedro, al ver el fuerte viento, tuvo miedo. ¿Cómo es posible? Quiero decir, aún en un día soleado de verano, en el que no soplase viento alguno, y con un mar en plena calma, ¡Pedro estaba andando sobre las aguas! La naturaleza irracional del temor de manifiesta con toda su fuerza en esta historia. Pedro estaba andando sobre las aguas, ¡y tuvo temor al ver el fuerte viento! ¿Qué podemos concluir de todo esto? Cuando las circunstancias externas nos hacen perder de vista la soberanía de Dios sobre todas las cosas, y la esperanza que es en Cristo Jesús Señor nuestro, las fuertes olas del temor hacen del alma su presa, y comenzamos a hundirnos.   

     Pedro hizo lo que tenía que hacer, clamó al Señor el cual vino a su socorro. Cuando la fe se muestra débil la gracia de Dios acude al clamor de un corazón rodeado por las más densas tinieblas del temor. En una de esas claras pinturas de la gracia salvadora, aquella que nos lleva de la mano a las moradas eternas, Jesús y Pedro regresan juntos a la barca caminando sobre las aguas. El viento cesa, y los que estaban en la barca glorifican al Dios Soberano, a la firme roca de nuestra esperanza.     
            

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