miércoles, 1 de diciembre de 2010

Las cumbres de la gracia soberana

     En la medida en la que el conocimiento de la soberanía de Dios inunda el alma, el corazón es paulatinamente librado de las más profundas ataduras del pecado. Mientras el Dios soberano es magnificado, y su grandeza quebranta los montes y descubre los cimientos de las aguas, una extraña y preciosa libertad, regada con cantos y lágrimas, irrumpe en el corazón del pobre pecador. El hombre es quebrantado, y Dios es glorificado en él. La gloriosa verdad que desnuda nuestros más profundos pensamientos, nuestras más arraigadas y absurdas ambiciones, se exhibe como el martillo que quebranta la peña, y entonces pueden fluir ríos de gozo y paz. No somos dioses, no somos sino hombres. Dios está sentado en su Trono, todo lo que quiso ha hecho, y todo lo que hace lo hace para la gloria de su Nombre.    

     Pero el ápice de la soberanía divina, la verdad que se eleva hacia sus más altas cumbres, es la gracia soberana de Dios en la salvación. Para alabanza de la gloria de su gracia, como nos dice el apóstol Pablo, proclama la que posiblemente sea la más alta de las verdades bíblicas. ¿No se manifiesta la gloria de la soberanía en la libertad de Dios en la dádiva de su gracia salvadora? Él, conforme al sólo consejo de su voluntad, se ha deleitado en bendecir a hombres y mujeres con el don de la salvación. En una explosión de incomparable e inexplicable gracia, Dios ha extendido su brazo de poder tomando de los más profundos abismos del pecado a hombres y mujeres para hacerles, como muchos ya han dicho, monumentos de su gracia. Y eso lo ha hecho porque le ha placido.

     Mi encuentro con la gracia soberana en la salvación se dio en medio a las noches del alma. Como de un lugar aterrador, busqué huir de aquella que sería verdadera roca de refugio. Percibí que no descansa el corazón en la gracia soberana hasta que Dios no le lleva a experimentar su propia hiel. Pero, ¡oh! ¡Cuánto gozo haya el mismo cuando aprende a depositar la más profunda y plena confianza en la sola misericordia de Aquel que nos amó! “Llévame a la roca que es más alta que yo” (Salmos 61.2), a ese lugar en el que todas mis esperanzas descansan en el amor con el que fui amado, en la sangre que fue derramada. ¡Cuánta santidad! ¡Cuánto amor! Cuánta entrega fluye del corazón que descansa en ese lugar. Las dudas en cuanto al carácter de Dios en su libre voluntad de salvar, dan lugar a una dulce contemplación de la gloriosa gracia inmerecida. La cruz es la proclamación de esa gracia soberana, y el pecador es llamado a depositar toda su confianza en ella.

    

2 comentarios:

  1. Pedro,
    Seu texto é uma verdade para aqueles que um dia se encontraram com o Deus Todo Poderoso e cheio de Graça e Amor nos sela com seu Espirito Santo para crer na salvação pela fé e pela obra de Nosso Senhor Jesus Cristo.
    Leio espanhol mas escrever... ainda não dá.
    Abraços a voce e sua familia

    ResponderEliminar
  2. Mi hermano Pedro. Que palabras maravillosas que Dios puso en su corazón. Realmente la gracia de Dios es mejor que la vida. Yo creo que la gracia és la caracteristica del caráter de Dios que difere el cristianismo de las otras religiones.
    Que Dios sea alabado por todo siempre.
    Saludos de tu hermano en Cristo!
    Douglas

    ResponderEliminar